El estudio de islas o nisología (la traducción del
término es propia porque no pude encontrar sitio alguno, ni siquiera artículo
de Wikipedia, sobre este tema en español) se inicia formalmente a principios
del siglo XX como un campo multidisciplinario que incluye desde la oceanografía
hasta la antropología, y se configura como una rama independiente en 1980 a
través del artículo del oceanógrafo (y epistemólogo amateur) John Selwyn, quien
a la vez que fundarla proporciona la critica necesaria para concluir su total
inutilidad. Generalizada como teoría del aislamiento, diez puntos conforman sus
cotas como diez mandamientos que no le sirven a nadie. Los estudios más
importantes tienen que ver con movilidad, aislamiento e imaginario del
exterior, que son perfectamente clasificables dentro de otras disciplinas con
más relevancia. A pesar de su falta de sentido, ha convocado la atención de
numerosos intelectuales, y existen cuatro o cinco medios de publicación
acreditados que se dedican específicamente al tema. Al ser una ciencia
compacta, es de sumo interés para la filosofía de las ciencias. Como los
cometas, como los terremotos, nos da pistas de principios fundamentales,
acotados en un modelo compacto, que rigen o articulan sistemas cuyo estudio
cualitativo a gran escala se hace difícil. Así, la nisología es a la
epistemología lo que las islas son a la nisología.
"Dificulto que alguien pueda poner en duda/ la presencia del Espíritu Santo/ en un pan recién sacado del horno/ en un vaso de agua cristalina/ en una ola que se estrella contra una roca/ ¡ciego de nacimiento tendría que ser!/ hasta un ateo tiembla de emoción/ ante una sementera que se inclina/ bajo el peso de las espigas maduras/ ante un bello caballo de carrera/ ante un volkswagen último modelo".- El Cristo de Elqui
domingo, enero 19, 2014
Mapocho
No puedo escribirte Dijle
te caes en tí mismo con la edad de los hombres
no puedo quererte homúnculo
de bicicletas barbadas
hay por extensión otro río
que desgarro debajo de tus aguas
no yo otros se
sientan en tus bancos
yo miro correr el agua y
aspiro me delata la rabia
en tí jamás se
detiene el tiempo
sábado, enero 18, 2014
Tal vez una cierta simpleza nos permitía varias cosas que hoy me parecen imposibles, Dr.; por ejemplo, comprar una sopaipilla en el puente Pío Nono y comerla mirando cómo el chorrito de agua del Mapocho intentaba penosamente mover una hoja de Plátano Oriental, reseca bajo la luz de la venenosa luna. Sé qué dirá, Doctor, y es cierto; acaso atribuyo a la simpleza más de lo que corresponde. Sí, Doctor: el alcohol; ah qué tiempos aquéllos. Pero el alcohol es un simplificador del hombre; nos toma de la mano y nos lleva desde las capas superiores de la neocorteza en un viaje por los siete círculos del cerebro hasta el tronco encefálico y a veces, sin retorno, más allá. Aquel día varios litros de cerveza Escudo nos lastraban el vuelo. Escudo vendida en la unidad pura de un litro, en vasos plásticos relavados, reciclados para ahorrar quién sabe cuánto, ¿CLP$ 25?
Sentado en un oscuro escaño del Parque Forestal entrevisté a un posible ex-boxeador amateur. La nariz le prestaba credibilidad a la historia del hombre, pero era también la nariz del mendigo. Ay qué fácil es patear en el suelo a un hombre cubierto de harapos y cartones; el mendigo es un boxeador enfrentado al juego de piernas, al boxeo de sombras, a la fatal derecha imprevisible de la Vida. Su sensibilidad se ofendió, Marinakis, pero corrían los tiempos de los primeros realities televisivos y la psique de este humilde poeta, proletario y bohemio, es débil.
Acaso fue esa molestia la que le impidió luego, cuando en el bus amarillo el turco me insultaba, prestarme su apoyo, aunque fuese como mera presencia física junto a mi humanidad amenazada. No lo culpo, Doctor. Bueno, sí, sí lo culpo, lo culpo mucho, esteta miserable. ¿Acaso quiso ver el diseño de mi nariz igualado al del boxeador? Acopiando coraje le dije al turco que le vendría mejor dedicarse a buscar a un varón norteamericano para hacerle una felación y luego de un confuso episodio que el alcohol lavó irreparablemente el turco desapareció del bus y fue entonces nuestro turno de descender a las calles de La Reina.
Despechado, le arrojé entonces el libro de Teillier que me había regalado, aquella antología que incluye el poema Despedida (me pareció apropiado y en línea con mi agravio hacia usted que lo incluyera).
Le escribo para notificarle que hoy repuse ese librillo.
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