lunes, enero 26, 2009

El Oscuro Dharma de la Calesita I

Para J.M., rara y delicada flor de silicio

Se atribuye a Jorge Luis Borges un tal poema Instantes, cuyo narrador desearía haber pasado menos tiempo armando cuidadosas maletas de viaje y más tiempo dando vueltas en calesita.
He visto ese poema, cuidadosamente enmarcado, en tres baños, junto al W.C. o tasa del baño o wáter o ídolo de porcelana. Como si en el preciso momento en que todo el ser se concentra en producir esa instantánea y bella muerte, se maximizara el mágico influjo del poema, su pretendido efecto de devolvernos al disfrute de las cosas simples - como cuando tumbado junto a la mar sentía entre los dedos de los pies húmedos granitos de arena. (¡Ah, el corazón de un viejo es una mar de nostalgia y de anhelo, mis polluelos!)
Leí por vez primera Instantes (y lo releí muchas veces: en ese tiempo el bueno de Beño solía evacuar más y mejor) en la casa de un camarada del Partido, en San Antonio. Animado por ese poema fue que participé en el tradicional concurso Gánesela al Toro que el megamercado Pepita de Oro organizaba para Fiestas Patrias; las mecánicas fuerzas del toro se impusieron al tenaz agarre de mis manos curtidas por el rozón o la guadaña, pero mi tiempo sobre el toro superó al de los demás jinetes, y entre mis manos ateridas fue depositada una botella de vino de exportación que yo deposité momentos después en las manos de mi padre, al tiempo que sus emocionados y satisfechos ojos me interrogaban. Yo respondí: padre, Borges escribió un poema de nombre Instantes; es por ese poema que he montado al toro y ganado el concurso.
Mi padre quiso leer el poema, y esa misma tarde yo compraba en una feria cercana una hoja fotocopiada con el texto íntegro de Instantes, protegida entre un vidrio y un rectángulo de cholguán. Desde entonces nunca desesperé si me veía obligado a sentarme al trono de marfil sin la sección deportiva del periódico: siempre podía leer y releer el último y más famoso poema de Borges, y siempre hacía propósito de enmendar mi vida y vivir con la simpleza de una piedra mojada por las aguas de un río.
Luego se sucedieron años terribles y los cielos de mi Patria llegaron a poblarse de insectos a tal punto que a veces a mis camaradas, a la gran mayoría de mis compatriotas y a quien suscribe el día y la noche nos parecían partes indistintas de una única y continua escala de oscuros grises. En tal número caminaban los insectos por las veredas que era imposible dar un solo paso sin reventar media docena. Y quienes nos perseguían sabían por el simultáneo crujir y restallar de los caparazones dónde estábamos y hacia dónde íbamos. Aterrado e inmóvil, en la penumbra leí al Borges de Ficciones y El Aleph, y luego leí su poesía y me dije: "¡Caramba, Beño: Si Borges escribió Límites, ¿para qué habría de escribir Instantes?! Y luego: "¡Es más: Si escribió Límites, no pudo haber escrito Instantes!" Sin embargo, pensé luego en la vejez -por entonces no la conocía-, y me dije: tal vez la vejez lo doblegó.... Y un súbito dolor me recorrió el pecho, y acaso fue un eco de García Lorca, uno más de tantos que cayeron en los tiempos de los insectos, el que me llevó a exclamar con la empatía que solo un viejo puede tener con un viejo: ¡pobre Jorgito Luis!