miércoles, mayo 18, 2011

La Perla ¿Abatida?

Leí su correo y al principio quise mandarlo al carajo. Perla hay una sola. Pero maduré, Marinakis. Detrás del velo de ira que amenazaba con cegarme, pude ver su palabra encenderse o apagarse débilmente, como la sonrisa del gato de Chesire, desapareciendo, un ademán de adiós irónico; si no te importa dónde llegar tampoco importa mucho qué camino debes tomar, dijo el Gato y el camino es el fin postula Kavakis en su poema Ítaca, qué lugares comunes, mi querido Dr., no hay rincón dónde llorar o defecar tranquilo aquí, pero qué importa, siempre existe la posibilidad de que una mañana cualquiera de Otoño, de golpe nos enteremos que un árbol se inclina para dejar caer sobre el pavimento sus hojas enrojecidas, allí, en medio de la ciudad, hundido en el humo y cercado por los bocinazos, humildemente desvistiéndose, y que el viento sople débilmente y le escatime milimétricamente una hoja a la suela de tus zapatos cansados. El entero porvenir tal vez fue cifrado en ese puñado de espejos rotos, Dr., concuerdo.

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