jueves, enero 17, 2013

Pamplina Consternada

Septiembre a tiro de cañón, Beño, me digo, y pienso en dos aniversarios de Marinakis, en dos bares donde celebramos y en las conversaciones que allí ocurrieron, y una cosa llevando a la otra, pienso en este diálogo que Borges, ya inexorablemente condenado a explorar la tiniebla hueca, dictó a quién sabe a quién, su prosa redactándose en el aire y una mano recogiendo y ensamblando en el papel estas palabras:
A. —Distraídos en razonar la inmortalidad, habíamos dejado que anocheciera sin encender la lámpara. No nos veíamos las caras. Con una indiferencia y una dulzura más convincentes que el fervor, la voz de Macedonio Fernández repetía que el alma es inmortal. Me aseguraba que la muerte del cuerpo es del todo insignificante y que morirse tiene que ser el hecho más nulo que puede sucederle a un hombre. Yo jugaba con la navaja de Macedonio; la abría y la cerraba. Un acordeón vecino despachaba infinitamente la Cumparsita, esa pamplina consternada que les gusta a muchas personas, porque les mintieron que es vieja... Yo le propuse a Macedonio que nos suicidáramos, para discutir sin estorbo. 
Z (burlón). —Pero sospecho que al final no se resolvieron.

A (ya en plena mística). —Francamente no recuerdo si esa noche nos suicidamos.
El primer bar se llama La Perla y desapareció (no diré creo recordar, Jorgito Luis es un arma de doble filo) en el verano de 2006.

El primer síntoma fue la aparición en la vereda de enfrente de altas planchas de madera revestidas de gigantografías anunciando el primer Mall Verde de Chile. Detrás de los alerces impresos ya horadaban la tierra las retroexcavadoras amarillas y naranjas y el capataz boxeaba la dignidad de los obreros. ¿Quién nos salvará del implacable furor inmobiliario? Hay emprendedores que en este momento patrullan los cielos de la ciudad en busca de paños de terreno sobre los cuales sería factible poner un centro comercial. La mano invisible es de hierro, la pupila del emprendedor taladra y las autoridades municipales no nos defenderán porque tienen hambre y sed de patentes comerciales que generen flujos de efectivo para plantar liquidámbares y ginkos, construir ciclovías, poner cámaras de seguridad, uniformar y entrenar a los soldados privados de la paz ciudadana, y así, por supuesto, ganar el voto de los vecinos hambrientos de calidad de vida y plusvalía. Liquidámbares y ginkos, sobre todo cuando enrojecen con la visita del Otoño y depositan sobre la acerca su oro tembloroso, y ciclovías, que adelgazan los cuerpos y alivian el yugo de los seres corporativos y pueden a veces propinarnos la rotunda felicidad de ver a un niño pedaleando una bicicleta con rueditas laterales, son excelentes inversiones; aún así, ¿es necesario que paguemos esos bienes con la exterminación de un bar de verdad, un bar digno de Teillier y del taxista hastiado, con altas cañas anhelando el pipeño y un televisor esquinado preparado para el próximo clásico? Primero las altas planchas de madera prensada anunciando el primer Mall Verde de Chile, luego la preocupación respecto de los títulos de propiedad confesada por el dueño de La Perla, a quien le fue deparado encarnar la terrible verdad manifestada por Kafka en El Proceso, y un día el cartel amarillo y verde de Cerveza Cristal fue arrancado. Teillier ya había muerto y los taxistas tuvieron que buscar otro santuario donde reposar la cabeza.

El segundo bar se llamaba Passarella y aún existe, pero con otro nombre. Junto a él opera una diminuta funeraria. Junto a él significa, quizá por ser un reflejo de la carencia en todo, incluyendo tiempo y espacio, de un barrio pobre, a 1,5 metros de la silla más alejada del Bar.

En La Perla, con menos frecuencia de los que hubiésemos querido, Marinakis y yo conversamos incansablemente y ya ebrios recordábamos el diálogo de Borges. En el Passarella anexamos mesa con la de un grupo de hombres de manos endurecidas y más peligrosos de lo que nuestra alegría estilo Bambi y nuestro ánimo de diálogo universal estaban preparados para admitir. Allí uno de los hombres dijo: en la conversación está la verdad, compadre.

Del Perla nos retiramos para comprar una botella de huisqui que intentamos beber bajo tres castaños en una plazoleta. Del Passarella nos retiraron la novia y la hermana de Marinakis, conmocionadas e indignadas, porque anochecía sin que diéramos señales y los invitados comenzaban a llegar.